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En medio de esta América Latina convulsionada, veamos a Chile: nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable, el país está creciendo, estamos creando 176 mil empleos al año, los salarios están mejorando. Véase lo que está pasando en América Latina: Argentina y Paraguay en recesión. México y Brasil estancados, Bolivia y Perú con una crisis política muy fuerte, Colombia, con ese resurgimiento de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y de las guerrillas…”
Estas palabras fueron pronunciadas por el presidente chileno, Sebastián Piñera, en un programa de televisión el 8 de octubre pasado. Doce días después, el domingo 20, en una entrevista colectiva al lado del ministro de la Defensa, Piñera pintó un cuadro sombrio: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta nada ni a nadie, y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite, inclusive, cundo significa la pérdida de vidas humanas, con el único propósito de producir el mayor daño posible” (Deutsche Welle, 21/10/2019).
La diferencia de tono entre las dos declaraciones de debió a la explosiva ola de protestas populares desencadenada por el aumento de la tarifa del metro de Santiago, el viernes 18, que se extendió con rapidez a otras ciudades. A pesar de la pronta cancelación del aumento, las manifestaciones no se detuvieron y el asustado Piñera determinó una dura represión por parte de las fuerzas de la policía y del Ejército, además de la declaración del estado de emergencia y del toque de queda. El martes 22 ya había 15 personas muertas, más de 200 heridas y más de 2 000 detenidas, además de grandes daños materiales causados por saqueos y depredación, inclusive en las estaciones del metro de la capital.
Esto sucedió luego de las violentas protestas desatadas por el aumento de precio de los combustibles en Ecuador (igualmente revocado por el gobierno), la explosión chilena sorprendió a muchos que ponían a ese país andino como ejemplo para los demás países sudamericanos. En Brasil, el ministro de Economía, Paulo Guedes, que acaba de ser elegido el mejor ministro de economía de América Latina por la revista británica Global Markets, es un notorio propagandista del “modelo chileno”, en especial por su sistema privado de seguridad social, el cual está empeñado en implantar en suelo brasileño.
Sin embargo, así como ocurrió en Brasil en 2013, con grandes manifestaciones por el célebre aumento de 20 centavos en las tarifas de autobuses en Sao Paulo, el reajuste de las tarifas del metro de Santiago fue tan sólo la chispa que hizo estallar las tensiones sociales acumuladas desde hace mucho tiempo y mal disfrazadas, tanto por el contraste con la relativa prosperidad económica (principalmente en comparación con los vecinos continentales), como por la estabilidad política lograda por los chilenos luego del fin del régimen militar de 1973-1990.
Chile, a pesar de tener la mayor renta per cápita y el mayor índice de Desarrollo Humano (IDH) de Iberoamérica, y de ser miembro de “club de los ricos”, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), padece un grado enorme de desigualdad social, en gran medida resultado del programa de corte neoliberal impuesto durante el régimen militar por los Chicago Boys economistas de la célebre universidad estadounidense.
En una entrevista concedida al periódico brasileño, O Estado de S. Paulo publicada el 22 de octubre de este año, el economista Luis Eduardo Escobar, director del Centro de Estudios de Desarrollo (CED) chileno, confirmó que la protestas fueron producto de la “insatisfacción generalizada” de la sociedad por el divorcio de la clase política con sus necesidades, y resumió: “Las personas sienten que el sistema no las protege ante las dificultades que la vida cotidiana les presenta. Las cosas funcionan de manera muy desigual. El 80 por ciento de la población con la renta más baja de Chile tienen dificultades para llegar al fin de mes, están muy endeudados. Esto hace que las personas se incomoden.”
“Muchas demandas estaban latentes y no habían sido respondidas (por el gobierno). Se acumuló la tensión, la frustración que se refuerza cada día con la vida cotidiana”, dijo el sociólogo y analista político Octavio Avendaño, de la Universidad de Chile, también escuchado por el periódico.
En un editorial publicado en la misma tirada (La grave crisis de Chile), el periódico traza un paralelo con las manifestaciones de 2013 en Brasil y hace una oportuna advertencia:
“Hay motivos de preocupación, y no sólo por el agravamiento de la crisis en la nación amiga, sino también por la similitud de las protestas de Chile y las habidas en Brasil en junio de 2013, cuando se inició una serie de manifestaciones en diferentes ciudades del país luego del anuncio del aumento de las tarifas del ómnibus en Río y en Sao Pulo. Luego se vio que el aumento de las tarifas fue tan sólo el detonante para el estallido de las reivindicaciones mucho más amplias, hasta entonces ocultas, cuyas repercusiones sociales, políticas y económicas todavía se hacen sentir hoy. (…) El sismo en el país andino ha de sonar como una alerta para Brasil, que padece no sólo por la desigualdad crónica, sino con la pobreza consuetudinaria y el enorme desempleo”.
Hasta la misma biblia del rentismo globalizado, el Financial Times de Londres admitió en un editorial del 22 del presente que “Chile necesita de un modelo de crecimiento más inclusivo”.
Por otro lado, la economía chilena padece de una limitación crucial, la falta de complejidad y la dependencia de productos primarios (principalmente el cobre, que representa más de la mitad de las exportaciones), que contribuyen considerablemente al grado de desigualdad. Se trata de un problema que, de ningún modo, se puede combatir con las proverbiales “soluciones de mercado”.
En un artículo aparecido en su sitio de internet (22/10/2019), el economista Paulo Gala observa:
“Chile es desigual pues tiene un sistema productivo malo, con poca complejidad y poca sofisticación. Faltan oportunidades, faltan buenos empleos y faltan buenos salarios: no hay ni grandes empresas ni productos para generar esas oportunidades. Un producto sofisticado o complejo requiere mayores habilidades productivas y, por lo tanto, genera salarios más altos. Un producto sofisticado o complejo genera una división del trabajo relativamente extensa y eso conduce a la creación de empleos. Así, un producto sofisticado o complejo construye una clase media fuerte. Un producto sofisticado o complejo genera largas “escaleras de carrera”. Eso es importante porque promueve la movilidad social. Una mayor colección de productos sofisticados o complejos en la pauta de exportación de un país genera un mayor “spin over” salarial para otros sectores y empleos.
En esencia, la explosión chilena es la manifestación local de un fenómeno que se ha extendido por el mundo en los últimos años, de insatisfacción de las sociedades ante las desigualdades socioeconómicas inherentes a la “globalización” que se muestra cada vez más distante de entregar lo prometido.